Cuando yo aún era joven y ejercía la profesión de abogada, leí cierta vez a
un poeta inglés, y una frase de él me impactó mucho: «Sed como la fuente
que se derrama y no como el tanque que siempre contiene la misma agua».
Siempre pensé que él estaba equivocado: era peligroso derramarse porque
podemos terminar inundando zonas donde viven personas queridas, y
ahogarlas con nuestro amor y nuestro entusiasmo. Entonces, procuré
comportarme toda la vida como un tanque, nunca yendo más allá de los
límites de mis paredes interiores.
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Sucede que por alguna razón que nunca entenderé, padecí el síndrome del
pánico. Me transformé en exactamente aquello que había luchado tanto por
evitar: en una fuente que se derramó e inundó todo a mí alrededor. El
resultado de eso fue mi internamiento en Villete.
Después de curada volví al tanque y os conocí. Os estoy agradecida por la
amistad, el cariño y tantos momentos felices que me habéis dispensado.
Vivimos juntos como peces en un acuario, felices porque alguien nos echaba
comida a la hora exacta y podíamos, siempre que deseábamos, ver el mundo
exterior a través del vidrio.
Pero ayer, por causa de un piano y de una mujer que ya debe de estar
muerta hoy, descubrí algo muy importante: que la vida aquí dentro era
exactamente igual a la vida allá afuera. Tanto allá como aquí las personas se
reúnen en grupos, levantan sus muros y no dejan que nada extraño pueda
perturbar sus mediocres existencias. Hacen cosas porque están acostumbradas
a hacerlas, estudian asuntos inútiles, se divierten porque están obligadas a
divertirse, y que el resto del mundo reviente y se las arregle por sí mismo.
Como máximo contemplan (como nosotros lo hicimos tantas veces juntos) el
noticiario de la televisión, sólo para tener la confirmación de lo felices que son
en un mundo lleno de problemas e injusticias.
O sea: la vida de la Fraternidad es exactamente igual a la vida de casi
todo el mundo en el exterior: todos evitando saber lo que se encuentra más
allá de las paredes de vidrio del acuario. Durante mucho tiempo eso fue
reconfortante y útil. Pero la gente cambia, y ahora voy a la búsqueda de la
aventura, a pesar de tener sesenta y cinco años y ser consciente de las
muchas limitaciones que esta edad me impone. Me voy a Bosnia: hay gente
que me espera allí, aunque no me conozca y yo tampoco la conozca. Pero sé
que soy útil, y que el riesgo de una aventura vale mil días de bienestar y
confort.
Aparece en el libro "Veronika decide morir" Paulo Cohelo.